Esbozó esa sonrisa que hipnotizaba a cualquier hombre que se sentará a su lado en aquella barra de aquel bar con el sueño grasiento y las paredes con una gruesa capa que dejaba ver el paso de los años y la dejadez del lugar.
Todo el que entraba allí se preguntaba que hacia aquella chica en aquel bar.
-follame -dijo con esa sonrisa, juguetona y borracha a la vez- llévame a tu casa y follame fuerte.
Ahora queda el hueco vacío donde antes estaba su foto.
A veces hay que aprender que no todo volverá a ser lo mismo.
Que ya no habrás más noches malgastadas.
Que entre nosotros solo quedan recuerdos del pasado y ya está.
Esta vez me tocó a mí dar el paso.
Y no, no me asusté.
Esa sensación de que no estás haciendo las cosas como debes, que algo va mal, que estás perdiendo más de lo que has ganado. Esa sensación que te obliga a levantarte de madrugada y escribir líneas tan amargas como su ausencia en tu cama, como tu figura desnuda pidiendo amor en las esquinas. Esa sensación de cuando escribes con rotulador porque así crees que durará para siempre.
Y ahí estaba él. Dueño de su mirada perdida que tanto he
echado de menos en estos tres años. Con el pelo corto, su camisa verde de
cuadros y sus pantalones vaqueros. Dios.
Me miró. Se clavó en mí, y yo me dejé hundir junto a esos
labios.
Y si, siguen siendo 7 años y un cigarro la distancia entre
nosotros.